Nuestro cuerpo es maravilloso. Tiene un «rostro» para cada emoción innata y también para decir que algo está bien o no está nada bien.
Así la expresión del interior se hace visible y en ciertos casos imposible de disimular. Todos hemos querido alguna vez ocultar lágrimas o risa y nos han pillado.
Pero lo verdaderamente mágico no es esta manifestación. La magia es que ¡podemos mejorar de fuera hacia dentro! Del mismo modo que se contagia un bostezo o un ataque de risa a otras personas, nosotros mismos, voluntaria y conscientemente tenemos la capacidad de modificar nuestro estado de ánimo y calmar el dolor. ¡Eso mismo que contagio hacia fuera lo puedo contagiar hacia dentro!
El dolor es muy feo, en eso estamos todos de acuerdo. Y provoca ansiedad, tristeza, incluso miedo. Nos «amarga».
¿Pero qué pasa si sonrío? Mi cerebro manda la orden de segregar neurotransmisores que funcionan como analgésicos, como si le mandara un telegrama que dice «todo está bien».
Cuando la sonrisa se pierde también nos está buscando a nosotros!. A veces hay que ensayarla frente al espejo y mostrarle el camino de vuelta. A veces aparece tímida o incompleta, en trozos, en esbozos, en capítulos… Pero si viene y no la invito a pasar creerá haber equivocado el camino.
Simplemente necesitas una mueca, tal vez torpe al principio, nada natural, pero es por esas grietas que le encanta colarse para llamar al resto de si misma y, cuando esté entera festejar iluminado el rostro y el corazón, pues ha llegado a casa.
Y entonces como la varita de un mago el dolor se calma, se apacigua, se tolera.
Y tu sonrisa entonces decidirá salir al balcón a ver caer la lluvia, a salir el sol… a ver la vida transcurrir en cada milagro, en cada presente, en cada sueño y cada recuerdo.
¡Respira y Sonríe!
María Tizado
